lunes, 22 de mayo de 2017

¿Por qué diablos no correr más rápido?

Cada día es simplemente una parte más (o menos) de un interminable bucle decepcionante, en el que abro los ojos sólo para notarme deprimida, sabiendo que lo estoy simplemente porque sí, porque puedo, ¿por qué diablos no? Mi jornada transcurre en silencio, encerrada en mi aura contaminada y venenosa; convivo con mis ya muy mencionados parásitos mentales a quienes lentamente he aprendido a estimar, incluso a cederles un rinconcito del colchón y agradecerles mientras tomo mi cafecito de las nueve por devorarme la cordura tan de a poco, con tanta ternura que hasta da placer. Constantemente pienso en ahorrarles la ardua tarea de matarme y hacerlo por mi cuenta pero es, al igual que mis responsabilidades, una simple posibilidad banal que siempre acabo posponiendo para "mañana a primera hora".
Cuando estoy de ánimos, o sea casi nunca, salgo a la calle y me asfixio entre la señora que apresura el paso porque olvidó apagar la estufa en casa, la madre primeriza que intenta calmar el berrinche de su bebé, los ancianitos siempre sonrientes y los empresarios ofuscados al teléfono: gente totalmente ajena a mi mundo, que navega en aguas cristalinas a diferencia de mí, que soy un simple barco a la deriva. Y así es como la impotencia me obliga a volver huyendo a mi cueva, directo al refugio inquebrantable de mis sábanas. No, hoy tampoco pude, igual que ayer, igual que mañana. Sin saber por qué cada vez más me resulta más difícil lidiar con la vida y lo que ello implica; pienso en salir y tener que sonreír y me entra un agotamiento terrible. A veces encuentro casi por casualidad que he estado recostada todo el día y aún así quiero dormir las próximas tres décadas.
En contadas ocasiones le doy vueltas a la posibilidad de salir de fiesta pero me choco contra la temible realidad: al final de la noche no seré más que la tipa que ha pasado bebiendo sin descanso sola en la barra. No noté cómo ni cuando, pero cayó la noche y me encuentro pensando en lo que esta ciudad que es tan marchita como florida tiene escondido para mí en sus esquinas misteriosas, y en cómo no quiero descubrirlo. Además de todo este soliloquio sin sentido, estoy cansada, agotada, harta de saberme una decepción; asqueada porque sé que las personas esperan demasiado de mi, y sé que no soy capaz de cumplir ni la mitad. Me decepciona contar mis años vividos y saber que en ninguno de ellos he podido ganar. Estoy tan cansada de huirle a un futuro que parece estar ligado a mi como una maldición gitana por miedo a plantarle cara y admitirle que le tengo miedo.
Bueno, quizá mañana gire en la esquina y lo pierda para siempre, quizá mañana mis males al fin me maten, quizá mañana salga el sol, quizá mañana junte todo el coraje que me falta o, a lo mejor, mañana aprendo a correr más rápido.