Después de sentarme a hacer un pequeño “replay” de toda mi
vida, de todo lo que he vivido hasta hoy he sacado un pequeño contraste que les
compartiré ahora mismo. Un contraste banal, como yo, pero que he tenido que
buscar entre mis lágrimas negras de rímel corrido y mis brazos hinchados de
cortadas y golpes.
ES LO MISMO.
Eso, es lo mismo. Es lo mismo. La vida es lo mismo. Es
igual. Nada ha cambiado. Y es triste, es en verdad triste darte cuenta de
aquello. De escarbar entre las ruinas de tu pasado para notar que nada es
distinto. Todo sigue ahí tal y como lo dejaste antes. Porque mi vida era una
mierda cuando era marginada y pesaba 65 kilos. Y mi vida sigue siendo una
mierda ahora que han pasado los años, peso 39 kilos y sigo siendo una
marginada. No veo mejorías, muchos dirán “Pero si bajaste casi 30 kilos, tienes
x logros y tienes amigos ¿Cómo no ves mejoría?” pues que estoy delgada lo sé,
pero no delgada como yo quiero, coño. Es más, no me veo en un espejo hace
tiempo, y si lo hago no son más que milésimas de segundo. ¿Por qué? Sencillo.
Porque sé lo que encontraré, kilos de decepción, acné, un rostro demacrado,
agotado de fingir, pero no encontraré mi tan ansiada belleza, así que lo evado,
evado tener contacto visual conmigo misma por más de 2 segundos y simplemente
me sumo al método de la aseveración. Cómo siempre he sido gorda desde que puedo
recordar, simplemente asumo que sigo siendo gorda, porque así es como me
siento. Me siento inflada, llena, repugnante, como un monstruo. Y eso no
cambiaría viéndome al espejo. Si lo hago las cosas empeorarán rotundamente.
Podría hacer un before and after y me sentiría puerca. Asquerosa, sin alma.
Porque si, muchos admirarían que he perdido peso. Pero no deberían hacerlo. ¿Cómo
van a comparar una niña de 11 años con una trastornada emocional de 16? Yo era
apenas una niña cuando empecé a esto. Arruiné mi vida, apenas era una niña y no
lo sabía; no sabía que vives con esto toda la vida. Y ojalá alguien me lo
hubiera dicho. Ojalá, pero no fue así. Nadie estuvo para advertírmelo a mí, y
vaya que lo necesitaba. Como se imaginan, no crecí como una persona normal. No
fui normal y no soy normal. Porque afrontémoslo, una niña de 11 años que cuenta
calorías no es normal, y sigue sin ser normal cuando crece y es una adolescente
de 16 años que tiene todo lo que necesita y más, que tiene gente maravillosa,
que ha bajado mucho peso y que sin embargo no es feliz ni menos normal. Eso soy
yo. No soy normal. Soy extrañamente rara. Tan rara que ni yo me entiendo ni me soporto. Rara en el sentido de encerrarme en mi misma y esperar la muerte. Solo rara, solamente sola.